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miércoles, 18 de febrero de 2009

Hundidos

La desgracia se cierne nuevamente sobre las aguas canarias. Cada vez que se produce en nuestras costas la llegada dramática de personas que se tiraron al mar buscando una mejor vida, se me desgarra el alma. Fatalidades que se esconden detrás de cada ser humano que decide jugarse la vida en busca de un futuro mejor.

De terroríficas se pueden calificar las declaraciones de los testigos del trágico naufragio de la patera que intentaba llegar a las costas lanzaroteñas. Nuestro océano, sus aguas negras y profundas, encerró el destino de aquellos que intentaron salvar su vida sin conseguirlo, y de aquellos que lo lograron con la ayuda desinteresada de los vecinos del lugar. La población canaria volvió a demostrar su sensibilidad y generosidad ante una situación de tragedia humanitaria, desgraciadamente demasiado frecuente en nuestras costas.

Me gustaría hacer una reflexión acerca de determinados pronunciamientos políticos y de manifestaciones aisladas con tintes racistas y xenófobas, que no hacen más que "echar leña al fuego" y que no representan el sentir de la mayoría de los canarios, que una y otra vez han estirado la mano de manera noble y altruista.

Los inmigrantes que llegan a Canarias en pateras y cayucos, representan un mínimo porcentaje de la inmigración. Las declaraciones apocalípticas y aterradoras de algunos políticos, sólo contribuyen a proyectar mensajes de insolidaridad que se dirigen a personas en condiciones de extrema pobreza, que proceden de países en situación de guerra, y que intentan alimentar el odio en una población que no debe ni puede olvidar su pasado e historia de emigración.

Vivimos en la sociedad del norte, profundamente injusta, que consume los recursos de todo el planeta. Nuestro estilo de vida consumista y derrochador, no sólo de recursos materiales, sino energéticos y medioambientales, sería imposible de mantener, si estos recursos estuvieran repartidos de manera equitativa e igualitaria entre todos los países del mundo.

Todas las personas tenemos derecho a una vida digna. La solución pasa por abordar el génesis del problema. Hacen falta resoluciones internacionales que acometan el drama de la pobreza y de la emigración forzosa y que contribuyan a mejorar la situación económica y social de los países emisores de emigrantes. Es necesario que se avance en medidas de cooperación política, económica e internacional con los países subsaharianos y que se aumenten las garantías en materia de derechos humanos, tanto en la acogida como en la integración.

La reflexión desde esta sociedad consumista, justificación del capitalismo, hundida en el estímulo de la posesión y el tener, está en la ceguera que se produce cuando se desciende a la penuria, a la carencia y a la necesidad.

La ciudadanía del norte se hunde en la posesión y en el disfrute ilimitado.

La ciudadanía del sur se ahoga por la escasez de los recursos indispensables para la subsistencia.

Ojalá algún día, el mundo se abrace en valores comunes para un destino igualmente común