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viernes, 27 de junio de 2008

Papi para siempre

Querido papito: Estoy comenzando a escribir y ya los ojos se me inundan de lágrimas. Siento que me he roto por dentro. Te has llevado contigo un gran trozo de mí. Me dicen que el tiempo todo lo cura o que aprenderé a vivir con tu ausencia. Yo no quiero. No quiero que el transcurso de los años me haga olvidar. Miles serían las vivencias, anécdotas y experiencias que podría contar desde el privilegio que tuve de ser tu hija, y de la complicidad que nos unió desde el momento en que nací hasta que te fuiste. Esta simpatía mutua permitió la desinhibición de mis actos, aún más si cabe, en los últimos meses. Compartir secretos de vida, cantarte, achucharte, besarte, recitarte poemas, decirte cosas bonitas. Las que sentía. En definitiva, quererte con toda mi alma.

Desde pequeña, me ha contado mamá, te esperaba para dormir contigo la siesta; me sentaba encima de tus piernas para jugar y abrazarte mejor; me pasaba horas, los sábados por la mañana, sosteniéndote la paleta con las pinturas y, por supuesto, me ponía siempre de tu lado.

Eras una persona generosa y sumamente respetuosa con las decisiones ajenas. Gozabas de un humor exquisito que sólo disfrutamos los íntimos, dada tu formalidad y recato. También eras tímido y reservado.

Tenías tu propio concepto de la solidaridad y la generosidad. De ahí que, entre las muchas historias que podría contar, resalte tu costumbre de pedir dinero suelto a mamá -porque tú nunca tenías un duro en el bolsillo-, para repartirlo entre los indigentes de la zona de San Telmo cuando te ibas a cortar el pelo, sin importarte un pito, como tú decías, cuál era el uso final del mismo; o los años que estuviste dando de comer, escuchando y acompañando a un toxicómano que vivía cerca de nuestra casa hasta que éste murió, hecho que te produjo una inmensa pena.

Pero una de tus facetas más desconocidas es que eras un hombre con una sensibilidad artística especial y un gusto exquisito. La pintura, la escultura, la arquitectura, la música clásica. Eso era lo tuyo. Hasta el final de tus días me decías que yo me anteponía a tus pensamientos y tus deseos, pero tú estuviste toda la vida adelantándote a los míos. Me cuidaste, me mimaste, me protegiste, me apoyaste en los malos y buenos momentos. Te posicionaste incondicionalmente de mi parte. Por último, me decías: “mi niña, mi niña, ¿tú me quieres mucho, verdad?”, y yo te contestaba, “mi papito lindo, yo no te quiero. Yo te adoro”. Y sonreías. Espero haberte devuelto, al menos, la centésima parte de lo que tú me diste a mí.

Tengo una vivencia especialmente entrañable. Tenía once años. Mis dotes artísticas eran y siguen siendo absolutamente pésimas. Tú notabas mi frustración, lámina tras lámina arrojada a la basura, en mi intento de pintar una acuarela, trabajo escolar encomendado para el fin de semana. Cuando me levanté el domingo con la idea de continuar con la tarea, infructuosa hasta el momento, me encontré una verdadera obra de arte encima de la mesa de la cocina. Tú estabas desayunando y levantaste la mirada con una sonrisa pícara. Me senté encima de ti y te di miles de besos y abrazos. Me contaste que te habías levantado a las cinco de la mañana a hacerme el trabajo, porque no soportabas mi tristeza. Evidentemente, la acuarela no coló como realizada por mí, y me pusieron un cero y un diez al autor. Cuando te lo conté, te cogiste un cabreo monumental (es que también tenías mal genio).

Papito lindo, papito guapo. Nos has dejado desolados. A mamá a la que adorabas. A nosotros, tus hijos. A tus nietos. Tienes que ayudarnos a superar que ya no estés. A mí me tienes que ayudar. Siempre fuiste un pilar fundamental en mi vida. Y tienes que seguir siéndolo.

Yo nunca te voy a olvidar. Nunca. Siempre estarás presente en mis pensamientos, en mis recuerdos, en mis emociones. En mi corazón. Como dijo Bertolt Brecht, poema que te encantaba que te recitara, tú fuiste de los imprescindibles. De los que lucharon toda la vida. Con un gran coraje y fuerza interior hasta el final.

El día que te fuiste, el sol se apagó para mí. Pero había una preciosa luna llena para recibir a un gran señor, a un gran caballero, a un gran padre.

Te quiero. Te querré siempre.