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lunes, 29 de septiembre de 2008

Un cuento terrible

Érase una vez, en unas islas situadas en medio de la inmensidad del océano, gobernaban un séquito de señores y señoras que tenían sumida a la población en el más absoluto abandono y desidia. Dicha comparsa de gobernantes, habían asumido el poder después de desbancar a los auténticos ganadores tras la consulta popular realizada entre los isleños.

Estos dirigentes se habían paseado por las islas, en barco y en avión, para vender un futuro mejor a sus moradores. Entre ellos había un sector que representaba, fundamentalmente, a una sola de ellas entre ocho. La erigían como la mejor. Escupían un discurso diferenciador y creaban malestar entre la población de las restantes.

Y en esta fase temprana del cuento, se preguntarán ¿cómo fue posible que alcanzaran la soberanía?. Pues sí. Lo hicieron mediante una alianza con otro séquito de elegidos, encabezado por un líder de bigote poblado, guapo que se creía, porte altivo y arrogante.

Este pacto se alza con la dirección y comienza su andadura con el descontento de buena parte de los vecinos de pueblos, urbes, aldeas y villas.

Con el transcurso del tiempo, este gobierno se caracteriza, por una parte, por beneficiar económicamente a esta isla mencionada en perjuicio de las otras; por apoyar discursos pestilentes, xenófobos y excluyentes; por perpetuar formas y realizar negocios dudosos que sólo los benefician a ellos; por sembrar odio entre sectores de la población preocupados realmente por mejorar las condiciones de salud y educación de sus congéneres; por no poner en marcha las medidas necesarias para favorecer a los más desprotegidos y por invertir el dinero de todos en publicidad y en autobombo.

Mientras tanto, la población se siente ajena al discurso diferenciador que intenta enfrentar a los habitantes de las islas y mantienen el sentimiento de fraternidad que siempre los ha caracterizado.

Por otra parte, el grupo encabezado por el que ya hemos descrito como el guapo que se lo cree. Hombre de movimientos extraños. Feliz rodeado de personas que lo siguen. Que lo llevan y lo traen. Soberbio hasta extremos insospechados, que le ha llevado a cortar cabezas de estrechos colaboradores que han osado discrepar de su sapiencia. Especialista en el arte de utilizar su posición para codearse con los ricos habitantes y obtener beneficios mutuos. Hombre de buen vivir y mayor ego, que se precia de amedrentar, incluso, a aquellas personas que osan hablar públicamente del uso que hace del poder para mejorar su bolsillo y el de sus amigos.

Mientras tanto, algunos de sus elegidos para reinar en las diferentes poblaciones, se han caracterizado por robar el dinero de sus habitantes, ante la pasividad de su todopoderoso, que vuelve a ser encumbrado por sus asustados seguidores.

Inmersos en este desolador panorama, siguen viviendo y sobreviviendo los pobladores de estas maravillosas islas. Esquilmadas y maltratadas. Lugareños que asisten impotentes a esta perversa alianza de poder que no los representa. Incapaces de cambiar una situación que los desprotege día tras día. Pero manteniendo la esperanza de que algún día la voluntad popular se refleje y que se erija un gobierno capaz de defender la igualdad, la unión y la armonía; un gobierno que considere todas las islas sin exclusiones; un gobierno competente para amparar a los más desprotegidos; un gobierno que sienta la responsabilidad de ser los representantes de todos y de todas; un gobierno que gobierne.

Y colorín colorado, este terrible cuento, por ahora, no ha terminado.